Casi siempre que salgo a correr, lo primero que me viene a la cabeza, sobre todo cuando las fuerzas empiezan a flaquear, es ¿Cómo he acabado yo en esto? ¿En qué momento empecé con esta locura? Y la verdad es que lo único que tengo claro es que empecé, como en tantas ocasiones, por cabezonería.
Como supongo que para otros muchos otros madrileños, este virus comenzó en una San Silvestre Vallecana hace ya bastantes años y con una absurda apuesta con mi amigo Pablo. De esas de "pues si tú te apuntas, yo me apunto contigo". Y así, año tras año, hasta que una vez se apuntó... y hubo que correr, claro. O bueno, más que correr, arrastrarse durante 10 kilómetros. Desde ese momento, y hasta hoy, no he dejado de arrastrarme por calles, pistas y carreteras.
¿Por qué lo hago? Pues la verdad es
que me resulta muy difícil de explicar, y mucho más aún de
entender. Porque cuando salgo, es el único momento del día para
liberar la mente y no pensar en nada. O tal vez porque cuando salgo
es precisamente el momento mas lúcido para pensar y tomar alguna
decisión.
Porque corriendo acabo sintiéndome en
forma y eso me hace sentirme bien, o tal vez porque me siento tan
hecho polvo cuando vuelvo que la gozada es recuperarse.
Porque me gusta el poder marcarme
continuamente retos y sentir que soy capaz de superarlos. O tal vez
por lo divertidas que resultan las mismas excusas que todos los
corredores ponemos cuando no las superamos las metas que nos marcamos.
Porque me encanta sentirme solo conmigo
mismo corriendo. O tal vez porque me siento parte de una enorme
fiesta cuando corro una popular.
Porque me gusta el sentimiento de
hermanamiento cuando te cruzas y saludas a otro corredor por las
calles de Madrid a las 5:30 de la mañana (me temo que en parte es
porque somos los únicos piraos que pasamos por allí a esas horas) o
porque eso me permite seguir considerando que conservo ese puntito de
locura, y eso también me gusta.
Porque triunfo en todas las carreras
que corro aunque llegue en el pelotón de cola, y porque en mi
interior triunfo todavía más cada vez que cualquiera de mis hijos
me dice "Papá, ¿salimos a correr al parque?”
En fin, que no sé por qué corro. O lo
sé demasiado bien. No sé si es filosofía o deporte, pero a mi me
gusta y espero no dejar de arrastrarme por calles, pistas y
carreteras en mucho tiempo.